Lhasa de Sela

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Y para comenzar este nuevo año, y estos nuevos propósitos, no podría comenzar por otra artista que no fuese la americana/mexicana/canadiense, Lhasa de Sela, fallecida el 1 de enero de este año, de un cáncer de mama, que ya le había obligado a anular su gira europea este mismo otoño.

Lhasa nació cerca de Woodstock (Nueva York) hace 37 años; su padre era un escritor mexicano y su madre una fotógrafa americana, y se pasó gran parte de su infancia viajando entre los Estados Unidos y México en un viejo autobús escolar convertido en casa ambulante. A los 13 años ya cantaba en algunos cafés de San Francisco.

La primera canción que escuché de Lhasa fue “De cara a la pared”, canción con la que empieza su primer disco, La Llorona, editado en 1997. La canción, intensa, triste y melancólica, valiente, no te deja indiferente, y enseguida reconoces que detrás de esa canción hay una artista diferente, que como su voz, es poseedora de una sensibilidad especial. La llorona nos recuerda a México, a cantinas, a ese canto profundo de artistas como Chavela o Lila Downs, que van directos del corazón del que canta al corazón del que escucha.

Lhasa siempre fue por libre, o más bien, por su propio camino, en el que ella creía, sin entrar en el mainstream musical. Por eso tardó 6 años en publicar un segundo disco (The living road), y lejos de hacer un disco igual que el anterior y que tan bien había funcionado, este segundo álbum mezcla el inglés con el francés y con el castellano con canciones que van desde la chanson hasta el country. Eso sí, la voz de Lhasa no pierde nunca ni intensidad ni profundidad ni esa tristeza que parece llegarle de siglos atrás.

Después de esto tardó otros seis años más en publicar un tercer álbum, llamado simplemente Lhasa. Un álbum grabado en directo, sin metrónomo ni máquinas sino con el sonido del directo, como ella quería que sonase, y cantado totalmente en inglés, en el que nos encontramos con una Lhasa tal vez menos dramática que en sus anteriores álbumes; un disco más folk y más jazzero pero en el que Lhasa no deja de ser ella misma, porque nunca dejo de serlo, reconocible siempre en su sensibilidad a la hora de cantar y de hacernos llegar una melodía.

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